En un mundo de caramelo, donde la dulzura reinaba, habitaban niños que parecían sacados de los sueños más dulces. Entre ellos se encontraban el Niño Chocolate y la Niña Pica Fresa, cada uno con sus peculiaridades.

En la ciudad caramelo vivía una niña que siempre se sintió un poco distinta de los demás, ya que sus padres la habían bautizado como Esperanza y carecía de un nombre azucarado, como la niña pica fresa o chocolate. A causa de esto, ella se presentaba ante todos como Dulce Esperanza, tratando de encajar y destacar al mismo tiempo. Anhelaba ser parte de la magia del mundo de caramelo y ser tan dulce como los demás niños.

Un día, mientras paseaba por las calles azucaradas, se cruzó con un hombre de aspecto sabio y mirada profunda, un extranjero que venía de ciudad Filosofía. Este hombre se percató de la lucha interna de Dulce Esperanza por encajar en su entorno y le propuso un diálogo.

Sentados en un banco de algodón de azúcar, el hombre comenzó a hablar con calma. “Tu nombre, es una joya preciosa”, le dijo. “Es un recordatorio constante de que la esperanza es la esencia que impulsa la vida. En lugar de esconderlo detrás de ‘Dulce’, deberías abrazarlo y compartir su significado con los demás”.

La niña escuchaba atentamente, sus ojos se iluminaron con cada palabra. El hombre continuó: “La esperanza es como un caramelo en sí misma. Tiene capas de significado y dulzura que pueden enriquecer tu alma y la de quienes te rodean. No necesitas ocultarte detrás de un apodo, sino que puedes ser auténtica y permitir que tu verdadero yo brille”.

Las palabras del hombre resonaron en lo más profundo de Esperanza. Por primera vez, sintió que su nombre tenía un propósito mayor que ser solo un título adornado. Era un vínculo con algo más grande y significativo.

A medida que los días pasaron, ella comenzó a abrazar su nombre con una nueva apreciación. Compartió con los demás el significado de la esperanza, sobre cómo podía cambiar vidas y traer alegría, incluso en los momentos más oscuros. Descubrió que su nombre era un regalo, una conexión con la esencia misma del mundo de caramelo.

La transformación fue asombrosa. Ya no necesitaba presentarse como Dulce Esperanza, porque su verdadera esencia irradiaba dulzura de una manera más auténtica y profunda. Cada vez que sonreía, cada vez que compartía una palabra amable, dejaba una huella de inspiración y alegría.

El mundo de caramelo nunca volvió a ser el mismo. La niña que una vez se sintió diferente ahora era una fuente de luz y aliento para todos. Y mientras el Niño Chocolate y los demás niños la rodeaban, aprendieron que el verdadero poder de la dulzura estaba en la esperanza que se encuentra en el corazón de cada uno.

— Pedro Espinosa Esparza

Pedro Espinosa Esparza

Maestro de bachillerato y universidad, amante de libros y cine, me gusta escribir.

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